A una
nariz
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado.
Érase un reloj de sol mal encarado,
érase un alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón mas narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado.
Érase un reloj de sol mal encarado,
érase un alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón mas narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.
Francisco de Quevedo
Versión
1
Érase
un hombre a una frente pegado.
Érase
una frente superlativa.
Érase
un aeropuerto.
Érase
un buque mál aparcado.
Érase
una ballena boca abajo.
Era
Aless Gibaja el frente caja.
Érase
una frente infinita
muchísima
frente, frente tan fiera
que
tenerla era delito.
Versión
2
A
una frente
Érase
una vez en un pueblo muy lejano llamado Frentón. Allí vivían
personas con una frente extremadamente grande. Aunque uno destacaba
especialmente, ya que la tenía enorme. Aquello parecía un
aeropuerto de lo grande que era. Él se llamaba Roberto e iba a
tercero de la Eso. Era muy buen estudiante, pero dejó de serlo de
repente. Todos los profesores se preguntaban por qué Roberto dejó
de tener dices en todos los exámenes a tener cuatros. Estuvieron
mucho tiempo intentando averiguar lo que le había pasado, ya que él
no quería decirlo.
Hasta
que un día de dio por revelar qué le pasaba. Se estaban riendo de
él todos los días, que tenía una frente descomunal. Entonces la
profe a la que se lo dijo decidió castigar a toda la clase. Pero
meses después Roberto seguía sacando malas notas, ya que se seguían
riendo de él. Un día, Roberto se cabreó tanto que le pegó un
cabezazo a uno de los niños que se reían de él y lo mató. Desde
ese día Roberto empezó a estar más feliz ya que no se reían de él
y lo tenían como un Dios. También empezó a sacar dieces otra vez y
volvió a ser el niño que era antes.
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